Donde se esconden los sueños

Esa noche, soñé.

Soñé que vagaba por un bosque de madrugada. La Luna, desde el firmamento, me sonreía e iluminaba mis pasos con su luz mortecina. En la lejanía los lobos aullaban y me daban la bienvenida a sus dominios. Mi vestimenta se reducía a un fino camisón de seda blanca que acariciaba mi piel, pero no sentía frío. Los suaves crujidos que emitían mis pies descalzos al contacto con la hojarasca se confundían con los sonidos de los animales entre la maleza y con el susurro del viento que se deslizaba entre las ramas de los árboles.

A lo mejor en otras circunstancias hubiese sentido miedo, pero en aquel momento, quizá adivinando  que me hallaba dentro de un sueño, no fue así. No recuerdo cuánto tiempo anduve abriéndome camino en la oscuridad, sólo sé que, de pronto, divisé una luz que parpadeaba a lo lejos. Desviando ligeramente mi rumbo, me dirigí hacia el lugar donde había tenido lugar aquella aparición fantasmal.

Mis pasos me condujeron hasta lo que parecía una pequeña cabaña. Se hallaba rodeada de una valla de madera pintada, cuya portezuela no me costó trabajo abrir. Me aventuré por el camino de tierra húmeda bordeado por arbustos en flor y subí los dos peldaños que conducían al porche de la entrada. A continuación me dirigí hacia la única ventana iluminada, que era la que me había guiado hasta allí.

Al asomarme, me encontré con la imagen de un bello salón decorado a la antigua. Una gran alfombra cubría el piso, y varios cuadros de paisajes y bodegones decoraban las paredes. Un hermoso fuego crepitaba en la chimenea e inundaba de calidez el lugar. El centro de la habitación estaba ocupado por una mesa de madera de roble y un par de butacones. Sentado en uno de ellos se hallaba la figura de un anciano de larga barba blanca y lentes de media luna. En su regazo reposaba un pesado volumen que leía con atención.

Sin saber cómo, al instante siguiente me vi sentada enfrente del hombrecillo, en la otra butaca. Él no pareció percatarse de mi presencia, así que me quedé allí contemplando su concentrada lectura. Me fijé en que vestía unas extrañas ropas que se asemejaban a las túnicas de los hechiceros de los cuentos.

En ese momento, el libro comenzó a brillar con una luz azulada. El anciano alzó la vista, me miró a los ojos y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Desde el otro lado de la mesa me observaban dos pozos negros sin iris ni pupila que, con la fuerza de un imán, me atraían sin remedio. Cerré los ojos y, al abrirlos, ya no estaba allí. La habitación, la cabaña y el bosque habían desaparecido. No sabría describir muy bien el sitio al que había llegado, pero enseguida comprendí dónde me encontraba. Allí confluían esperanzas, alegrías, desgracias y fantasías. Personajes inimaginables tomaban forma y sus tramas se entrelazaban de cualquier manera posible. Allí podían vivir, morir e incluso volver a nacer. Recuerdos, miedos, olvidos, cualquier cosa podía habitar en aquel lugar maravilloso donde no muchos habían tenido la suerte de aventurarse: el lugar donde se esconden los sueños.

Al día siguiente, cuando los primeros rayos de sol de la mañana me despertaron, me levanté con energías renovadas. Los recuerdos del sueño de la noche anterior comenzaban a evaporarse, pero traté de retenerlos en mi memoria a toda costa. En cuanto hice la cama y me lavé la cara, me senté en mi escritorio armada con lápiz y papel y comencé a escribir.



Hace cinco años dejé de escribir en mi blog, y me he dado cuenta de que lo echo de menos. En apenas un mes comienza una nueva etapa de mi vida, así que qué mejor momento para iniciar este nuevo proyecto. A quien decida pasarse por aquí y acompañarme, bienvenido. 
Espero que disfrutes de la lectura.


Donna.

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